Vacuna COVID-19: por qué no hay que saltarse la segunda dosis
Un equipo de científicos ha examinado muestras de sangre de personas que han recibido la vacuna de Pfizer para conocer sus efectos concretos sobre el sistema inmunológico.
Un trabajo que se acaba de publicar en la revista Nature muestra que la segunda dosis de la vacuna Pfizer contra la COVID-19 induce una respuesta muy potente en una parte del sistema inmunológico que proporciona una amplia protección antiviral.
“Esta es la primera vez que se administran vacunas de ARN a humanos, y no tenemos ni idea de cómo hacen lo que hacen: ofrecer una protección del 95% contra COVID-19”, explica Bali Pulendran, investigador de la Universidad de Stanford y coautor del trabajo. “Así que decidimos analizar con mucho detalle la respuesta inmune inducida por una de estas vacunas, la comercializada por Pfizer Inc”.
Tradicionalmente, la principal base inmunológica para la aprobación de nuevas vacunas ha sido su capacidad para inducir anticuerpos neutralizantes: proteínas individualizadas, creadas por células inmunes llamadas células B, que pueden adherirse a un virus y bloquearlo para que no infecte a las células. “Los anticuerpos son fáciles de medir”, explica Pulendran. “Pero el sistema inmunológico es mucho más complicado que eso. Los anticuerpos por sí solos no reflejan completamente su complejidad y grado de protección”.
En diciembre de 2020, la Facultad de Medicina de la Universidad de Standford comenzó a administrar la vacuna Pfizer, y el equipo de científicos aprovechó esta oportunidad para realizar su estudio. Seleccionaron a 56 voluntarios sanos y les extrajeron muestras de sangre en varios momentos antes y después de la primera y segunda inyección.
Contaron anticuerpos, midieron los niveles de proteínas de señalización inmunitaria y caracterizaron la expresión de cada gen en el genoma de 242.479 tipos y estados de células inmunitarias independientes. Un componente clave del sistema inmunológico examinado por el equipo fueron las células T: células inmunes que no se adhieren a las partículas virales como lo hacen los anticuerpos, sino que exploran los tejidos del cuerpo en busca de células que presenten signos reveladores de infecciones virales. Al encontrarlos, destrozan esas células.
Además, ahora conocemos la importancia del sistema inmunológico innato, una variedad de células de primera respuesta. “Es el sexto sentido del cuerpo”, explica Pulendran, “sus células constituyentes son las primeras en darse cuenta de la presencia de un patógeno. Aunque no son buenos para distinguir entre patógenos separados, secretan proteínas de señalización que lanzan la respuesta del sistema inmunológico adaptativo: las células B y T que atacan especies o cepas virales o bacterianas específicas. Durante la semana más o menos que tarda el sistema inmunitario adaptativo en acelerarse, las células inmunitarias innatas realizan la tarea fundamental de mantener a raya las infecciones incipientes atacando de manera indiscriminada a cualquier elemento extraño que se asemeje a un patógeno”.
Un nuevo tipo de vacuna
Las vacunas de ARN funcionan de manera bastante diferente a las vacunas clásicas compuestas de patógenos vivos o muertos, proteínas individuales o carbohidratos que entrenan al sistema inmunológico para concentrarse en un microbio en particular y eliminarlo. En cambio, las vacunas Pfizer y Moderna contienen recetas genéticas para fabricar la proteína de pico que el SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19, utiliza para adherirse a las células que infecta.
Los investigadores encontraron que la primera inyección aumenta los niveles de anticuerpos específicos del SARS-CoV-2, como se esperaba, pero no tanto como la segunda dosis, que además tiene otros efectos que apenas se observan en la primera. “La segunda dosis estimuló un gran aumento en los niveles de anticuerpos, una excelente respuesta de células T que estaba ausente después de la primera inyección, y una respuesta inmune innata sorprendentemente mejorada”, explica el investigador. La vacuna de ARN, en particular la segunda dosis, provocó la movilización masiva de un grupo recién descubierto de células de primera respuesta que normalmente son escasas y están inactivas.
Identificadas por primera vez en un estudio reciente dirigido por Pulendran, se trata de un pequeño subconjunto de monocitos que expresan altos niveles de genes antivirales y que apenas se mueven en respuesta a una infección real por COVID-19. Pero la vacuna Pfizer, sin embargo, indujo su activación. Este grupo especial de monocitos, que forman parte del sistema inmune innato, constituía solo el 0,01 % de todas las células sanguíneas circulantes antes de la vacunación. Pero después de la segunda inyección de la vacuna Pfizer, su número se multiplicó por 100 para representar el 1 % de todas las células sanguíneas. Además, su disposición se volvió menos inflamatoria pero más intensamente antiviral. “Parecen excepcionalmente capaces de proporcionar una amplia protección contra diversas infecciones virales”, explica el experto. “El extraordinario aumento en la frecuencia de estas células, tan solo un día después de la inmunización de refuerzo, es sorprendente. Es posible que estas células puedan montar una acción de retención no solo contra el SARS-CoV-2 sino también contra otros virus”.
Fuente: Muy Interesante